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lunes, 10 de febrero de 2014

El labrador y la cigüeña y

Fábula de ayer..                                                                                                         

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El labrador y la cigüeña
(Félix María de Samaniego)

Un Labrador miraba
Con duelo su sembrado,
Porque gansos y grullas
De su trigo solían hacer pasto.
Armó sin más tardanza
Diestramente sus lazos,
Y cayeron en ellos
La Cigüeña, las grullas y los gansos.
«Señor rústico, dijo
La Cigüeña temblando,
Quíteme las prisiones,
Pues no merezco pena de culpados;
La diosa Ceres sabe
Que, lejos de hacer daño,
Limpio de sabandijas,
De culebras y víboras los campos.»
«Nada me satisface,
Respondió el hombre airado:
Te hallé con delincuentes,
Con ellos morirás entre mis manos.»
La inocente Cigüeña
Tuvo el fin desgraciado,
Que pueden prometerse
Los buenos que se juntan con los malos.

Y...

Fábula de hoy

La Infanta Doña Cristina a su entrado
 en el Juzgado de Palma de Mca.
La imputación de la infanta en el caso Noos                                                                    

por Ana Alejandre

La fábula de Samaniego pone en evidencia la triste situación de quien, por amor, amistad o simple conveniencia, y aún siendo un ser inocente y no dañino (La Infanta Doña Cristina) como era la cigüeña de la fábula -animal muy benéfico para los campos, pues limpia los campos de pequeña alimañas ciertamente dañinas para los sembrados-, son igualmente castigados y víctimas de sospecha de hacer desmanes por haber estado unidos a quienes son presuntos culpables de actos ilícitos (Iñaki Urdangarín), con quien está unida por los vínculos matrimoniales y, además de ser padres de cuatro hijos.
            No importa ante la opinión pública la inexistencia de pruebas evidentes de la culpabilidad de doña Cristina, pues sólo existen meros indicios y el más importante por ser copropietaria del 50% de las acciones de Aizoon, empresa que ha sido investigada en el mencionado caso por fraude fiscal y blanqueo de dinero, por lo que ha tenido que declarar como imputada en el famoso caso Noos, lo que ha restado credibilidad, respeto y ha deteriorado la imagen de la Casa Real, además de dañar la honorabilidad y la imagen impecable que han tenido todos sus miembros, incluida la propia Infanta ahora encausada que ha declarado, el pasado día 8 de febrero, ante el juez Castro que es el Juez instructor del caso.
            La infanta, en respuesta a las preguntas que le ha realizado el mencionado juez, ha manifestado que no ha participado directamente en la contabilidad de dicha empresa, porque estaba confiada a un bufete de abogados, y que ha confiado siempre en la honestidad y buen hacer de su marido, principal imputado junto a su socio Torres (los gansos y las grullas de la fábula) y contra los que existen  serios indicios de haber cometido dichos delitos por los que están imputados.
            Naturalmente, las respuestas de la Infanta no han satisfecho a la opinión pública que ya la ha sentenciado antes de que se dicte sentencia, sin pruebas, ni más evidencias que la de su propia condición de Infanta de España y esposa del principal imputado, lo que para la izquierda ultramontana, los republicanos y los nacionalistas, siempre  será un disculpa útil y eficaz para atacar a la Monarquía, porque lo que no se perdona nunca, sobre todo por parte de esos movimientos supuestamente igualitarios, es que alguien, en este caso Doña Cristina, haya tenido unos privilegios, propios de su condición de Infanta y,  por ese simple motivo, es y será siempre culpable de unos hechos delictivos, los haya cometido o no.
            La única culpa que haya podido tener Doña Cristina -como tantas mujeres que no son Infantas, ni ricas ni famosas-, es la de haberse enamorado de un hombre que puede ser o no culpable -eso lo tendrá que determinar la correspondiente sentencia ante las pruebas presentadas por la Fiscalía y la acusación particular-, y de haber confiado en él como toda mujer enamorada hace, enredándose así en los líos legales, los chanchullos, los tejemanejes que haya podido llevar a cabo el hombre en quien confió y amó, aunque eso se vuelva en su contra, porque la acusación particular ya dice que "sabía" que iba a utilizar la disculpa de la confianza absoluta en su marido por amor.
            Naturalmente, no importa a la opinión pública, o a una buena parte de ella, que sea verdad, lo que es algo que le honra como mujer, esposa y madre, porque lo que puede justificar su conducta moralmente se convierte así en una disculpa absurda para tapar su supuesta culpabilidad aún no demostrada, pero  que es evidente y sin posibilidad alguna de inocencia para todos los que siempre acusan sin más pruebas que sus propias creencias, sus prejuicios, animadversión a una institución como es la Monarquía o ideología, a quienes han tenido los privilegios normales para quienes ostentan una posición de poder o fortuna que siempre es y será -no hay que olvidarlo-, su peor y más inexcusable falta y motivo de acusación ante la opinión de un pueblo que lo perdona todo menos los privilegios de quienes los han tenido desde su nacimiento y por ese simple hecho.
            No hay juez más cruel que la opinión pública, ese monstruo sin cabeza, pero que tiene muchas caras que gritan y vociferan pidiendo justicia en estos casos contra unos "supuestos" culpables sin que haya habido una sentencia que los condene; pero, al mismo tiempo, atacan a los policías, los insultan e intentan impedir la detención de culpables cogidos "in fraganti" en pleno acto delictivo, porque los "pobres chicos" son unas víctimas de la supuesta dureza policial que intentan detener a unos "inocentes" que han sido cogidos quemando contenedores, rompiendo cristaleras de entidades bancarias o comercios, amenazando con una escopeta de cañones recortados mientras perpetraban un asalto a un  indefenso comerciante, o le han rebañado el cuello a algún ciudadano que iba tranquilamente por la calle y se ha resistido a ser atracado. Por eso, atacan los defensores de esos "inocentes delincuentes" a los policías que intentan cumplir con su deber de detener a unos delincuentes que son detenidos por cometer actos vandálico o delitos manifiestos, convirtiéndose así los policías en víctimas de la incomprensión, ataques y críticas de los ciudadanos a los que están intentando proteger en sus vidas y bienes.
            La Infanta, Doña Cristina, ha pecado de ingenua, de noble y de confiada, pero no sólo por creer en la inocencia de su marido, sino por no darse cuenta de que el pueblo español (el labrador) siempre tiene el patíbulo preparado para "ajusticiar" a quienes, por haberlo tenido todo, son siempre culpables por el simple hecho de haber nacido entre encajes y almohadones de una alta cuna, tan alta como lo es la envidia del pueblo que nunca olvida y, menos aún, perdona unos privilegios que el resto de los ciudadanos no ha disfrutado.
            Eso le lleva a hacer "justicia", mezclando a justos y culpables, si estos lo son realmente, y los primeros sólo cometieron el pecado de no medir bien las consecuencias que provocan las malas compañías -aunque éstas parecieran durante mucho tiempo gente honrada-, porque a unos y otros no los condenan sólo sus supuestos actos ilícitos sino, también y sobre todo, la opinión pública siempre sedienta de culpables a quienes condenar, por lo que nunca aceptará su posible inocencia por el mero hecho de que han gozado siempre de una situación de privilegios que es siempre el mayor y más imperdonable delito.
             Ya decía el fabulista Samaniego:

            La inocente Cigüeña
            Tuvo el fin desgraciado,
            Que pueden prometerse
            Los buenos que se juntan con los malos.